Hay momentos que lo dicen todo sin una sola palabra. Ese instante exacto en que algo se suelta.
Ese momento, casi invisible para los demás, pero gigante para quien lo vive, define más el liderazgo que cualquier cargo, diploma o discurso. Porque hay decisiones que no salen en las juntas directivas, ni se celebran en los balances, pero transforman el alma de una empresa, de una vida, de una historia.
Hoy quiero hablarle al empresario, al ejecutivo, al gerente que ha llevado cargas durante años, que ha sostenido estructuras con sus hombros, que ha mantenido relaciones, puestos, funciones, personas… por lealtad, por miedo, por costumbre o simplemente por no saber cómo soltar. ¿Y si te dijera que ese instante de soltar es tan sagrado como el de crear? ¿Que dejar ir también es una forma de liderar?
Soltar también es una decisión ejecutiva
Nos han entrenado para sostener. Para aguantar. Para demostrar que podemos con todo. Pero nadie nos entrena para el despojo. Nadie nos dice que también es sabio cerrar, renunciar, terminar, entregar. Que a veces el acto más valiente no es resistir un día más, sino soltar con dignidad.
He vivido ese momento. Ese instante donde sabes que tienes que decir: «Hasta aquí llego yo». No porque no ames, no porque no duela, sino porque seguir aferrado ya no es justo. Ni para ti. Ni para los demás.
Soltar una función, una persona, un rol, una historia
Hay que soltar a veces a quien no puede o no debe seguir. A veces hay que dejar partir a quien uno quiso mucho, o al que uno mismo formó. A veces hay que soltar el cargo, porque ya cumpliste. A veces hay que soltar el control, porque ya no te corresponde. A veces hay que soltar la necesidad de tener la razón, porque lo que importa no es ganar, sino sanar.
En la vida real del liderazgo, el que no sabe soltar queda atrapado en cadenas invisibles. Las cadenas de la reputación, del «yo siempre», del «no puedo fallar», del «qué van a decir». Y esas cadenas no se ven, pero pesan. Te roban la paz. Te quitan el gozo. Te desconectan del propósito.
Soltar no es desamor. Es madurez.
Soltar no es abandonar. No es desentenderse. No es negar lo vivido. Es mirar de frente, agradecer el trayecto, y decir con humildad: «Hasta aquí.»
Soltar es una forma de honrar. Porque uno también honra lo que tuvo cuando lo deja ir en paz, sin reclamos, sin culpa, sin necesidad de tener la última palabra.
Hay quien suelta gritando. Hay quien suelta llorando. Hay quien suelta escribiendo. Yo he soltado orando. Con el corazón apretado, con la garganta cerrada, con la certeza de que soltar es obedecer. No siempre entender. No siempre sentir alivio inmediato. Pero sí obedecer.
Despojo: el umbral del nuevo comienzo
Uno de los principios espirituales más profundos enseña que hay una etapa crítica antes de recibir lo nuevo: el despojo. No se trata de vaciar por vaciar. Se trata de preparar el corazón para lo que viene. Porque si tienes las manos llenas, no puedes recibir.
Hay ciclos que no se cierran porque no te atreves a soltar. Hay puertas que no se abren porque no has soltado la llave anterior. Hay promesas que están esperando… pero solo llegarán cuando liberes lo que está ocupando el espacio.
Integridad: la verdadera ganancia
El libro de Proverbios afirma que Dios protege el camino de los íntegros. Y Él sabe cuándo una decisión se toma desde la verdad. Aunque nadie más la entienda. Aunque digan que estás loco. Aunque no parezca rentable.
Ser íntegro no es solo pagar impuestos o cumplir horarios. Es vivir sin cadenas. Es tomar decisiones en lo secreto que sostienen tu paz en lo público. Es soltar sin hacer teatro. Es no abrir la puerta, no por orgullo, sino por amor maduro.
Soltar no es fracasar. Es confiar.
Romper con algo o con alguien no siempre es un signo de quiebre. Muchas veces es el primer acto de libertad. No siempre se puede soltar con elegancia. A veces se rompe. A veces duele. A veces es un corte, no un cierre ceremonial. Pero incluso eso tiene belleza si se hace desde la verdad y la conciencia.
Soltar no es perder. Es dejar de pelear con lo que ya no se puede cambiar. Es liberar a otros y liberarse uno mismo. Y no, no siempre se ve bonito desde afuera. Pero se siente correcto por dentro.
Y las manos no están vacías. Están listas. Abiertas. Disponibles para lo que viene. Para lo que Dios quiera poner.
Conclusión: Soltar también es liderar
El liderazgo verdadero también sabe dejar ir. Sabe discernir. Sabe cerrar ciclos. Y sobre todo, sabe confiar. Confiar que cuando uno suelta con integridad, el cielo se abre. Y entonces, lo que llega… ya no es una carga. Es una promesa.
Hay que soltar. Con fe. Con respeto. Con amor. Con firmeza. Con paz. Porque hay cadenas que ya no deben estar. Y porque hay manos que merecen estar libres.
Y tú, ¿qué necesitas soltar hoy?